A Mario, en las primeras horas de
tardes como esta, de domingo, le gusta sentarse en una esquina de su sofá. En
sus manos un libro, pero no lee. Todos necesitamos este tipo de coartadas.
Mario en estos ratos, piensa en las pérdidas que ha sufrido a lo largo de su
vida.
Como perdió su primer trabajo de
forma injusta. El típico correveidile profesional y sus malas artes, le apartó
del único oficio que llegó a disfrutar y sobre el que tenía todas las
esperanzas del mundo, que con veinte años son muchas. Tuvo que irse fuera unos
años, a buscarse la vida, como dicen, imagen redonda y perfecta en este caso.
Piensa en el primer matrimonio
que no funcionó apenas recién comenzado. En como perdió a su hijo y a su mujer,
por una infidelidad por parte de ella, demostrable y vulgar. Lo segundo,
siempre le molestó más que lo primero.
Suele terminar este apartado
pensando en su padre, el cual murió a edad temprana y que no llegó a conocer a
su nieto. Piensa en el tiempo que no llegó a pasar con él y en todas las cosas
que no se dijeron.
Daniela, en el otro extremo del salón,
mantiene la misma estrategia. La aprendió al poco tiempo de estar juntos y la
hizo suya. Ella, en estos ratos, gusta
de saborear todo lo bueno que le ha dado la vida.
Piensa en su primer contacto en
Londres con un joven español que venía buscándose la vida. En como esa relación
sin serlo fue maravillosa a su manera, inexistente pero semilla. Como
descubrieron juntos tantas cosas, que después fue imposible olvidarlo.
Piensa también en su primer
matrimonio y como no llegó a funcionar por culpa de terceros. Piensa en lo
mucho que se arrepintió de ello, en como aquella tragedia, con hijo de por
medio, vino a cimentar su futuro, ya permanente y sin dudas, contra pronóstico
con la misma persona que había traicionado.
Suele pensar, en como la muerte
del padre de Mario, ese que ahora parece que lee en el otro extremo, lo cambió
tan profundamente, y como después de aquella tragedia comenzó a hablar a su
propio hijo, de forma tan profunda, tan sencilla.
Entretanto, la hija menor de
Daniela y Mario, apenas cinco años recién cumplidos, mira a uno y a otro. Sabe
perfectamente que ninguno lee. Espera paciente, como todos los domingos, a que
alguien rompa el hechizo. Se levante y diga, “salimos a jugar un rato”?. Ella
tiene todo el tiempo del mundo, nunca desespera, al fin y al cabo su único
objetivo es bajar al parque y dibujar circulitos en la arena.