Ró, conocida así por economía lingüística de sus padres, tenía
miedo a las ventanas. Vivía en un piso interior de doscientos metros cuadrados,
dos habitaciones, dos baños, salón y cocina amplias y puertas, muchas puertas.
De las ventanas, ya sólo quedaba una sin tapiar, amenazante.
El resto las fue condenando de a poco, al ritmo marcado por sus cumpleaños.
Como regalo, se otorgaba una habitación en sombra.
Mañana sería el gran día. Por fin, cuarenta. Por fin, dejar
de ver el mundo con esos ojos, que alguien le dijo hacía mucho tiempo, eran los
más bellos que existían. Pero ese que lo dijo, ya no está; y Ró, ya no quiere
ver con esos ojos el mismo mundo que ha quedado atrás, que se fue con él.
Mañana, tapiará la última ventana, y abrirá por primera vez
en mucho tiempo, y ya por última vez, la puerta principal de la casa. Para abandonarla
al que quiera habitarla y empezar una nueva vida, con otros ojos y ya por fin,
en un nuevo y vibrante mundo real.