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miércoles, octubre 29, 2014

Botella al mar

El tenía diecisiete años y  se sentaba en la primera fila. No por un interés especial en las materias, sino porque ya para entonces era medio sordo, algo que nadie más sabía. Para encubrir su temprana sordera se hacía pasar por empollón. Se reía cuando se metían con él,  orgulloso de mantener tras su coartada un secreto tan comprometido.

Ella, también diecisiete, era preciosa y se solía sentar en la última fila. Esto era debido a una falta de interés absoluta (y pública) en las materias; en cambio oía perfectamente y le gustaba estudiar al margen de los guiones oficiales. Había empezado a fumar pronto para distraer a sus amigos de sus extraordinarias, y siempre sospechosas, buenas notas.

Compartieron clase durante varios años aunque nunca hablaron directamente. Él lo intentó en un par de ocasiones a través de terceros sin demasiado éxito. En su caso, el pasillo que separaba sus mesas (consiguió esta posición estratégica en dos cursos) era lo más parecido al muro de Berlín (el muro del 62).

El creía profundamente en el destino. Sobre todo creía que cuando algo tiene que ser, es. Por esto, y por otras cosas, entre ellas su inocencia, decidió apostarlo todo a una carta. Lanzaría una botella al mar con todo lo que tenía que decirle, que no era poco. Y así lo hizo, ahí se declaró y confiándolo todo a su destino se acercó al muelle y lanzó la botella lo más lejos que pudo. Esto fue el último día de instituto.

Ahora él tiene cincuenta años, está divorciado desde hace unos diez y tiene dos hijos. Ahora suele pasear solo por el muelle para matar las tardes de los domingos. De vez en cuando se acuerda de la botella, qué sería de su botella... Qué sería de ella…

Ahora ella, también cincuenta, vive tierra adentro. Hace tiempo que se casó, y también tuvo dos niños. Sigue casada y es feliz. Vive en un bonito caserío a los pies de la montaña. A veces bajan a la ciudad para ver la última de Woody Allen o cenar en el restaurante en el que su marido (quién si no) le pidió la mano. Desde hace tiempo vive en uno de esos lugares en los que difícilmente nunca llegará una botella lanzada al mar.

viernes, octubre 10, 2014

El hijo

"Hoy parece que ella tiene la voz todavía más dulce que ayer", pensaba, incluso después de tanto tiempo juntos, mientras guardaba el teléfono en la chaqueta.

Al otro lado, abismo. Sus pies avanzaban el luto, mitad en el vacío, apenas en la cornisa. Ya próxima la liberación, por fin el fin. Nunca más una llamada para reclamar los impagos o para cerrar la enésima cita con el especialista. Esta vez no había vuelta atrás.
Y entonces, los ojos de su hijo, mirándole sin dudas, fijamente. Y esa sensación que todo lo llena, y el amor, de a poco, devolviendo el corazón a su sitio y los pies a la cornisa.

jueves, octubre 09, 2014

Mar de cristal

En el primer viaje, Colón, comenzó a notar algo raro, aunque que tenía otras preocupaciones, como por ejemplo, que el mundo no fuera definitivamente plano y se precipitase al abismo sin remedio (digan lo que digan siempre permanecen dudas hasta que se demuestra lo contrario); pero notaba algo raro. Pasaban los días, y el mar, incluso agitado, trasmitía cierta sensación de quietud. Luego se prolongó el viaje, las necesidades acuciaron y olvidó el tema.

En el segundo viaje, y pese a asumir el liderazgo de una flota ya considerable y sus correspondientes hombres, esa sensación volvió a acompañarle. Sin la distracción de tener que encontrar un nuevo mundo, se fijaba especialmente en la espuma que generaban sus naves y ocasionalmente veía saltar, como en destellos, pedacitos de vidrio, que incluso a veces ocasionaban un ruido tintineante al rebotar en los cascos.

En el meridiano de su tercer viaje, ya estaba plenamente convencido: el mar se estaba convirtiendo en cristal. No hizo otra cosa que recopilar datos, compartir sus observaciones con los oficiales y murmurar. Se pasaba los días murmurando frases ininteligibles que siempre terminaban en "cristal".

A duras penas consiguieron convencerlo para el cuarto viaje. Una vez embarcado trató de atender sus tareas, intentando que esa preocupación no tornara en algo peor, así lo dejo reflejado en su cuaderno de bitácora, pero fue imposible. La obsesión y la angustia aumentaban en la misma proporción que la fiebre, la cual desde hacía días amenazaba su salud. Por el ojo de buey ya sólo veía un cristal pulido, inmaculado, infinito... hasta donde alcazaba la vista, un mar de cristal.

Esto es lo que poca gente sabe. Colón, desde el primer día de su primer viaje, no volvió a pensar en aquellos puertos que después le harían famoso. Sólo en el mar. En un mar de cristal.

miércoles, octubre 01, 2014

Fausto y Facebook




A Fausto le molestaba todo. Todo es todo. Desde que le preguntaran la hora por la calle, hasta que le dieran los buenos días. Fausto no odiaba, ni profesaba especial inquina contra nada. Simplemente padecía una hipersensibilidad relativa al ser humano.

Pero Fausto era otro cuando encendía su tablet. Agregaba compulsivamente a todo aquel que pasara a cinco links de su cuenta (la que fuese). Era aquí, donde todo le parecía bien. Todas las noticias eran irrefutables a tiempo real, todas a las amistades hasta la muerte y el amor el más sincero que jamás hubiera (o hubiese) existido.

A Fausto le maravillaban sobremanera las REVELACIONES (con mayúsculas) que sus amigos (para toda la vida) tenían la bondad de compartir en Facebook. Cada día descubría la esencia misma del AMOR, del PERDON, la NOSTALGIA, etc. Incluso había conformado una ideología (política, que quede claro) gracias a aquellos que le iluminaban a golpe de sentencia.

Fausto, entiendo que en este punto el lector ya lo tiene claro, era tonto; muy tonto. Tan tonto que continuó construyendo su inteligencia sobre la nada hasta el fin de sus días; eso sí, sin haberle dado nunca la hora a nadie, ni contestado siquiera al último vecino que le dio los buenos días.