El listón

Uno nunca sabe muy bien a que atenerse con uno mismo. Ni en lo particular ni en lo general, hay fórmulas para acertar "y que salga bien".
Esta primera reflexión viene a raiz de la búsqueda, ya no tan activa como otrora, de trabajo en la que me veo inmerso. Y también a colación de listones. Esas barreras que nos ponemos, e intentamos superar, en un afán permanente de superarnos y dejarnos atrás.
Pues bién, dejando de lado el plano personal, luego privado, y que daría para mucho más, me centro en el listón como próximo escalón en esta suspuesta ansia de alcanzar mejores estados financieros-profesionales. (Mundo que vivimos).
Uno se plantea, con razón o no, la necesidad de buscar un punto más alto, dentro de la trayectoria lógica de su propia geometría. Es decir, si la linea recta conduciría, en este caso, a una sucesión de puntos en el mismo nivel, uno se empeña en curvarla, para que la tendencia cambie; y por fin, conseguir un sueldo digno, y sacrificar "la ropa casual", o lo que es peor, enterrarla en el fondo del armario.
Quién sabe si un día, en ese otro nuevo mundo de lunes y corbatas, en el que se debate fieramente sobre la necesidad de Raúl en el once titular, o se sugiere que la hipoteca a interés fijo es, a todas luces, preferible, uno despertará y llegará a formar parte de los otros.
No por popular pierde valor la Metamorfosis de Kafka, un burócrata cumplidor en su vida profesional, que supo encerrar tras ese telón de nada, la maravillosa angustia de una literatura que lo salvo de si mismo. Quién sabe qué hubiera pasado si Max Brod (su amigo y albacea), hubiese accedido al último deseo de Kafka, destruyendo de esta forma sus obras inéditas; en muchos aspectos parte fundamental de su literatura.
Todos tenemos/ponemos nuestros listones. Es una forma efectiva y sana, de asegurar esta/tan innecesaria infelicidad.
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