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miércoles, mayo 18, 2005

Ciudadano Sthendal

Henri Beyle caminaba por las calles de París, murmurando la nueva historia de una historia antigua. Comenzaba a sentir el sabor agrio, que produce un libro en gestación. Una historia, se decía, que encierre bajo llave, y en un solo día, todos los días de muchas historias. Pero Henri Beyle era viejo y estaba cansado, y justo ahora, un libro, una odisea, le obligaría a vivir unos años más.
Henri Beyle llegó a la Place du Parvis. Se sentó en el banco de siempre, dejando a su espalda Notre Dame. Allí estuvo más de tres horas, reflexionando ante la posibilidad de no ver el final del relato que giraba en su cabeza. Dejar a Bloom definitivamente perdido en el único día que recorrería París, le mantenía petrificado.
Así, se levantó y se dirigió a una pequeña cafetería, no muy lejos, en la Rue S. Andre des Arts. Mientras tomaba un café solo, redactó medio folio, lo dobló cuidadosamente y lo metió en un sobre. Escribió la dirección, y el nombre del destinatario, un antiguo amigo: John Stanislaus Joyce.
Después, cruzó la calle, y entró en la oficina postal, con una extraña sonrisa, de deber cumplido.

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